Arawaimujo

 

La verdad es que Arawaimujo no resulto ser lo que yo había imaginado... un pueblito con sus casa, carros, iglesia y todo lo que concierne a algo de civilización, por el contrario al subir la pequeña pendiente de tierra me encontré con un mundo muy diferente, la aldea se componía de seis grandes chozas, cinco de las cuales solo contaban con techos elaborados con palma de moriche y una que contaba con paredes de barro que  era de mucho menor dimensión de las otras, en las cinco grandes convivían toda la comunidad sin distingos de status sociales, chinchorros colgados por doquier daban un aspecto grotesco a aquel espacio, solo había unos tres o cuatro colchones viejos en los que la capa de tierra que los cubría era superior al forro original, pero todos, chinchorros y colchones estaban protegidos por mosquiteros elaborados a partir de sacos vacíos y más adelante me daría de cuenta el porqué de este detalle. La choza más pequeña era la residencia del cacique o jefe de la tribu, el mismo que había autorizado mi traslado hacia esa comunidad, allí convivía con sus tres esposas, pero eso si los hijos al alcanzar una edad de ocho años ya debían de ser independientes y ocupar un lugar en las chozas de la comunidad esto sin perjuicio de perder su status y respeto, aunque eran tratados por igual en cuanto a los deberes y tareas de la comunidad.

Me llamo mucho la atención que todas las mujeres, incluidas las niñas andaban con los senos descubiertos y solo una pequeña falda como especie de un tapa rabo cubría la parte inferior de su cuerpo, al igual que los varones que solo usaban tapa rabos, todos iban descalzos, pero había una total naturalidad en ellos que no había cabida para malos pensamientos.

Mi llegada fue todo un acontecimiento, los más chicos se aglomeraban a mi alrededor con curiosidad, tocándome,  mientras que los adolescentes, los mayores y los ancianos me veían con cierta desconfianza y murmuraban en su lenguaje, ya casi moría la tarde a nuestra llegada y muy poco pude observar en ese momento pues se me invito a pasar a uno de los colchones y conmigo se quedó Raúl mientras el resto de mis hermanos, pues eso fueron para mi desde mi llegada a la aldea hacían lo propio en sus diferentes chinchorros  y colchones restantes, también el cacique hacia lo mismo en su choza, estaba confundido por este comportamiento y pensaba que era una costumbre de dormir temprano, ¿pero tan temprano?, pregunte a Raúl la causa de esto y sonriendo me dijo espera y obtendrás la repuesta, y verdaderamente así fue al cabo de unos quince minutos una ola de enormes zancudos dignos de una película de la prehistoria y que podía succionar toda la sangre de un ser vivo en cuestiones de minutos, pasaban por la aldea, eran tan enorme su número que oscurecían la poca luz del día que moría al entrar la noche, los animales también buscaban refugio ante aquella amenaza que era momentánea pues al cabo de media hora ya había pasado y todo retornaba a la calma.

Pasada esta oleada, salimos de nuestro refugios, allí si puede observar con un poco más de calma los alrededores de la aldea, un gran espacio servía como fogón o cocina, muchos entramados hechos con palos y ramas eran utilizados para secar la fibra del moriche, la cual se utilizaba para la elaboración de sombreros, cestas, chinchorros, alpargatas y hasta alfombras para dormir, más adelante explicare como se extrae esta fibra tan importante para la vivencia de las comunidades indígenas en el Delta del Orinoco,

Una gran fogata en medio de aquella aldea era el centro de reunión durante las noches, allí se reunían todos a escuchar las historias mil veces repetidas por los ancianos y no tan ancianos de la aldea, pero esa noche la excepción era mi historia y seria Raúl el encargado de contarla. Nos fuimos aglomerando poco a poco alrededor de aquella fogata que con su luz iluminaba los rostros de cada hermano de una manera mágica….y comenzó mi historia, por supuesto yo era el centro de las miradas, mientras Raul avanzaba poco a poco y a veces de una manera melodramática su narración, yo no podía entender nada pero lo que si entendía era las expresiones de sus rostros a cada palabra y cuando la narración llego a la parte del rescate por parte de las toninas, allí si hubo asombro y un gran murmullo hizo eco entre todos que volteaban a mirarme con asombro y respeto y hasta un extraño cariño veía en sus rostros, y así termino la historia. Los adolescentes se me acercaron y extendieron sus manos en señal de amistad, los niños me rodeaban y se abrazaban a mí, los mayores me dirigían palabras de afecto que por supuesto no entendía y los más ancianos colocaban sus manos sobre mi cabeza también pronunciando palabras de bendición, el chamal o curandero fue a la choza y trajo consigo una especie de pipa y un frasco con un líquido de olor penetrante con el cual rociaba mi cuerpo mientras fumaba la pipa y así me fue concedido mi integración a la comunidad indígena de Arawaimujo, ya entrada la noche y con un cansancio muy grande por el viaje, nos retiramos a descansar, a mí se me asigno aquel viejo colchón que para mí era en ese momento el mejor confort que podía pedir.

A la mañana siguiente, muy temprano fui despertado por Raúl para integrarme a los deberes y quehaceres de la aldea, pues no por ser nuevo o de otra raza estaba librado de responsabilidades, cada persona, niño, joven o anciano tenia una tarea y eso era ley y había que cumplirla. ahora si podía ver la aldea en todo su esplendor, las mujeres salían a los conucos con sus niños pequeños a cuestas metidos en una especie de chinchorro pequeño que llevaban terciados a su espalda  iban a  buscar la yuca, el ocumo y los plátanos, los hombres y algunos adolescentes un poco mayores se dividían en dos grupos, uno para la faena de cacería donde llevaban arcos y flechas y otro para la pesca que abordaban unas embarcaciones muy pequeñas que casi se le introducía el agua, estos grupos antes de salir agradecían y pedían permiso a la gran madre naturaleza para la faena del día, era un ritual cargado de gran respeto y fe, las mujeres mayores se encargaban de cuidar a los más  pequeños que quedaban en la aldea y tejían las cestas con las fibras del moriche que luego serían vendidas o canjeadas por alimentos y otros artículos cuando tocara ir al pueblo de nuevo, los hombres mayores o ancianos, sacaban la fibra de las palmas moriche recién cortadas y se encargaban de darle diferentes colores con tinta natural extraídas de diferente plantas y el resto de los jóvenes que quedamos nos tocaba cargar agua del rio y vaciarlas en recipientes junto a los fogones que sería utilizada para sancochar las verduras traídas por las mujeres y esperar el fruto de la caza y la pesca de los grupos que sería el alimento de aquel día para todos nosotros, igual cortábamos y cargábamos la leña para los fogones,   había algunos animales que servían de mascotas, loros, tucanes, guacamayas, pericos, culebras traga venados, monos y hasta un cunaguaro, los cuales alimentábamos…en el resto de la espera de los grupos nos desayunábamos con algunas frutas, más que todo con cambur o banana, casi al mediodía empezaban a llegar las mujeres con sus verduras las cuales éramos encargados de limpiar y pelar para luego ponerlas a cocinar en grandes cazuelas hechas de barro, al rato iban llegando los pescadores y todo el producto de la pesca era echado  en las brasas del fogón de mayor envergadura, allí se iban cocinando así mismo, sin limpiar ni nada, luego se sacaban se les sacudian las cenizas y a comer, por ultimo llegaban el equipo de caza con lo obtenido, todo era válido, monos, ardillas, báquiros, venados, tarántulas, comejenes, gusanos de moriche y hasta tragavenados, la verdad es que no desperdiciaban nada, pero casi  nunca se cazaba o pescaba más de lo necesario para la alimentación, cuando se cazaba una o dos piezas grandes, como venados , baquiros o dantas, parte de la carne y el pescado eran puestos en sal para preservarlos y que sirviera de alimento tanto para los grupos que salían a diario, como para toda la tribu en las épocas de invierno donde se dificultaba la obtención de los alimentos. Las tarántulas se recogían de sus madrigueras, con una pequeña rama se movía la tela de araña como si de un insecto atrapado se tratara y ellas salían, se les colocaba un dedo justo entre la cabeza y el cuerpo y luego se le amarraban las patas hacia arriba y para la bolsa, la verdad que ya asadas eran muy ricas, con un sabor que asemejaba al cangrejo de rio, los comejenes eran colectados también en su propio habitad solo había que picar el nido a la mita y sacudir en la bolsa y allí estaban todos, se cocinaban en un recipiente de barro  bien caliente donde se tostaban y su consistencia era igual a arroz tostado, los gusanos de moriche eran otro nivel ya que se obtenían del moriche que es una palma muy pero muy importante para los pueblos indígenas del delta del Orinoco, esa palma produce un fruto muy parecido a la uva pero de una consistencia mucho más dura, la fruta se colecta para envasarla y venderla en el mercado donde es muy apreciada para la elaboración de helados, jugos y hasta medicamentos, igualmente macerada es como especie de un licor muy apreciado, luego de recolectado los frutos se procede a cortar las hojas de la palma las cuales se les extrae la fibra que se ponen a secar al sol  y se pintan de varios colores para tejer cestas, carteras, bolsos, chinchorros, mantas y otros artículos que luego son vendidos o canjeados en la ciudad, el tronco de la palma se deja allí en la selva pero el sitio es marcado, pasado un tiempo de una semana se vuelve al sitio y se abre el tronco de la palma a la mitad con un hacha y es impresiónate la cantidad de gusanos que allí están, miden hasta quince centímetros, de contextura gruesa su color es blanco con la cabeza negra, se llevan a la aldea donde se le quita la cabeza y la piel y quedan en forma de una salchicha ( claro mucho más nutritiva y menos nociva que esta) se echan al fuego y cuando están bien asados se comen, su sabor es delicioso aunque al principio parezca repugnante.

Y así transcurrían los días, en las noches la misma rutina, protegerse de los mosquitos y escuchar las historias de los más ancianos junto a la gran fogata quienes aseguraban que sus antepasados peleaban con los indios caribes quienes a su vez acudían a la magia y eran capaces de convertirse en animales, a veces se  ejecutaban algunos bailes, reíamos hasta ya no poder con las ocurrencias de muchos  y luego a dormir, para empezar un nuevo día, poco a poco se me fue integrando a los grupos de caza y pesca y las experiencias fueron formidables, solo relatare dos anécdotas que marcaron la diferencia, en una de las faenas de pesca estábamos sacando guaraguara o corronchos los cuales se pescaban a mano, introduciéndose en una laguna cubierta de hierba, con el agua  a la cintura, donde se movía la hierba allí había que zambullirse y atrapar con la mano aquel pescado, mis hermanos eran expertos en estos menesteres pero yo sin experiencia no lograba atrapar ninguno, todo intento era infructuoso, hasta que mi ángel  guardián, Raúl  me explico el método infalible, no era donde se movía la hierba era un poco más adelante donde había que zambullirse y así logre mi primera atrapada que fue celebrada con grandes risas y abrazos por parte de mis hermanos, pero lo que marco aquella faena fue un grito de uno de los hermanos advirtiendo un peligro, rápidamente todos nos subimos a las curiaras para ver pasar dos grades tembladores o anguilas eléctricas capaz de matar a un hombre con una de sus descargas. Aquello fue algo impresionante para mí, la otra anécdota fue durante una faena de cacería donde habíamos logrado cazar un báquiro o cochino de monte después de una ardua y larga persecución y ya cuando estebábamos a punto de amararlo a una estaca para cargarlo, se escuchó un enorme rugido que hizo temblar la tierra, yo conocía aquel rugido pues ya me había pasado en las cacerías con mi padre, era el rugido de un tigre, rápidamente nos montamos en unos árboles y vimos cuando llego, era una enorme tigra mariposa con dos crías, tomo nuestro báquiro entre sus fauces y se alejó con el fruto de nuestro esfuerzo.

Luego de dos felices años donde adquirí conocimientos de botánica con el chamán de la aldea y logre dominar la lengua wuarao decidí ir a Tucupita en uno de los tantos viajes de negocios que habían salido de la aldea y los cuales había rechazado hasta el momento, pero esta vez una voz interna me decía que fuera, le hice saber mi decisión al jefe y él me dijo que lo pensara bien ya que en el pueblo se decía que yo había muerto ahogado y que yo era uno más de la comunidad y él no quería que me fuera, pero la decisión estaba tomada, dos días después me embarcaba de nuevo  hacia Tucupita, tenia deseos de ver la civilización, de ver los carros en fin era un deseo superior que me dominaba, la despedida fue triste, muchas lágrimas sinceras se derramaron a mi despedida, los abrazos no se dejaron esperar y así las bendiciones y los concejos , aunque este viaje yo lo tenía previsto de ida y vuelta, todos como que presentían que era la despedida final y así retornamos a el pueblo luego de la larga travesía, llevábamos un buen cargamento de ocumo chino, cestas y pájaros para ser vendidos, cuando llegamos a Tucupita ya caía la noche, nos quedamos en barrancas y al otro día partimos hacia el mercado a vender los productos, estábamos en eso menesteres cuando aparecieron dos policías y me capturaron, mi madre estaba en el mercado junto a mi padrastro yo no la vi pero ella a mi si y dio aviso a la policía, aquello genero confusión entre mis hermanos indígenas quienes trataron de intervenir, pero yo en nuestra lengua les dije que no lo hiciera pues podían meterse en problemas por culpa mía ya que yo no era nativo y la denunciante era mi madre, total que me llevaron detenido y me encerraron en un calabozo de un módulo policial los más alejado del pueblo donde pase quince días antes de que me llevaran a la PTJ y a los tribunales, en esos quince días mi madre no me visito ni una sola vez, los policías solo me daban pedazos de orilla de casabe con agua hasta que una señora de una casa cercana supo de mí y entonces me llevaba comida cada dos días la cual era bien recibida con mucho agradecimiento, ella le preguntaba a los policías porque no me dejaban salir un rato a tomar sol y ellos le contestaban…nooo señora si ese agarra el rio ( que quedaba al frente del módulo) no lo volvemos a ver , de verdad que mi historia, se había convertido en casi una leyenda, cuando me llevaron a la PTJ me maltrataron hasta el cansancio aun siendo un menor de edad,   allí estuve ocho días encerrado en un calabozo sin condiciones mínimas de higiene, tenía que hacer mis necesidades en un rincón y solo me alimentaba cuando casualmente algún funcionario se compadecía de mi ( pues no todos eran inmisericordes) y me daban algo de comida, durante esos ocho días me sacaban en las noches para maltratarme, ellos querían inculpar a mis hermanos wuaraos por mi fuga pero yo jamás les dije que había estado en la selva con ellos, solo les dije que había sobrevivido en el monte esos dos años y aunque nunca me creyeron esa fue mi confesión hasta el final, pasados los ocho días me llevaron al tribunal de menores donde a la primera audiencia se me condeno, bajo los cargos de homicidio, en grado de frustración, daños a la propiedad pública y resistencia a la autoridad,  a ir al retén de menores  de Tucupita hasta que cumpliera la mayoría de edad, contaba entonces con catorce años de edad.         

 

Comentarios

  1. Quedé profundamente conmovida al leer este capítulo. La forma en que describes tu llegada a Arawaimujo, tu integración a una cultura tan distinta, y el respeto con que relatas cada uno de sus detalles, tradiciones y valores, es admirable. No se trata solo de una historia de sobrevivencia, sino de transformación, de encuentro con la esencia humana en su estado más puro, guiada por la solidaridad, el respeto mutuo y la conexión con la naturaleza.

    El momento en que la comunidad te reconoce tras escuchar tu historia, especialmente la parte del rescate por las toninas, me pareció casi mágico. Esa escena frente a la fogata, donde el asombro se transforma en respeto, y el respeto en afecto, es uno de los momentos más hermosos que he leído. El gesto del chamán al rociarte con el líquido y fumarte con la pipa no fue solo una bienvenida, fue un acto de integración espiritual, como si esa comunidad hubiese entendido que tú también pertenecías allí desde siempre.
    También me dolió profundamente el contraste con la realidad que te esperaba al volver: la incomprensión, el juicio injusto, la soledad, y ese encierro tan cruel para alguien tan joven. Sin embargo, incluso en medio de todo eso, tu dignidad, tu silencio y tu lealtad a quienes te tendieron la mano, hablan de una grandeza interior que no puede ser quebrada.
    Gracias por dejar testimonio de todo esto. Tus palabras son memoria viva, son verdad que incomoda y al mismo tiempo honra. Me siento orgullosa de ti, y agradecida por poder conocer esta parte tan íntima y poderosa de tu historia.

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  2. Si hermana para mi también fue algo mágico mi estadía con los hermanos wuaraos pero lo que mas me marco fue la disposición de compartir con alguien extraño todas sus costumbres, la protección que me brindaron y el amor y la igualdad conque fui tratado, pero es Dios el que designa nuestro camino y había llegado la hora de enfrentar nuevas pruebas que poco a poco irían moldealdo mi vida.

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