Reten de menores San Juan de los morros


Pasar por la carretera hacia san Juan de los morros fue algo verdaderamente nostálgico ya que una gran cantidad de recuerdos se aglomeraron en mi mente y curiosamente eran puros recuerdo bonitos como mis días en hato viejo, las cacerías y pescas con mi padre, mis estancias en el rio, mis tardes de serenatas con mi amigo Hidalgo, inclusive recorde mi fuga de casa y la forma en que había engañado a los policías y a las personas que cariñosamente me habían dado la cola o el aventón hacia Caracas...etc., algunos de estos recuerdos sacaron lagrimas y otros una leve sonrisa.

Ahora las circunstancias eran totalmente diferentes, me encontraba en una patrulla, esposado y rumbo a una institución que por su fama sembraba un miedo inmensurable en mi, pero que podía  hacer? sino enfrentar mi destino el cual parecía ensañarse en mi sin razón aparente.

 El retén de san juan de los morros era otro nivel, un enorme portón de hierro, una garita custodiada por dos funcionarios franqueaban la entrada a aquel recinto, después de verificar documentos nos permitieron la entrada, era un extenso terreno donde a la derecha se podían observar algunas siembras y a la izquierda unas canchas deportivas, casi en el medio una gran edificación estilo cárcel que era en si el lugar donde estaban los menores alojados, pude ver al final otras edificaciones de menor tamaño que más tarde  me enteraría que eran los calabozos de castigo, todo estaba rodeado por cuatro grandes paredes o paredones de aproximadamente unos diez metros de altura y en su parte de arriba unos rollos de alambre púas, que hacían casi imposible cualquier intento de fuga, pero lo que empeoraba y frustraba cualquier plan de escape era que la edificación donde alojaban a los menores también estaba herméticamente cerrada y solo había contacto con los terrenos exteriores solo una vez a la semana a hacer deporte, los grupos de agricultura si podían salir tres veces a la semana pero todos eran bien vigilados por funcionarios que hacían las veces de policías y a los que yo llamaba “policías frustrados” .

Llegamos a la edificación y de nuevo otra garita custodiada por dos funcionarios más, la misma inspección de rigor y ahora si ingresamos al interior de la edificación, era de dos pisos, pero los pisos de arriba eran para las oficinas y dormitorios de los custodios y la parte baja para los menores, dormitorios, comedores, talleres y una pequeña plaza componían aquel espacio, como era la rutina de todos los retenes fui conducido a la oficina del director donde se me leyeron las normas y se me dieron las advertencias de rigor sobre cualquier comportamiento no acorde con esta normas, luego fui entregado a los custodios de turno, llevado a una especie de baño donde fui rociado con una manguera de alta presión que mas que mojarme quemaba mi piel, solo escuchaba las risas de burlas de aquellos hombres enfermos marionetas de un sistema cruel e inhumano, al igual que en el Santeliz fui llevado a la "barbería" y se me rapo todo el cabello, se me asigno una cama y un closet en uno de los dormitorios y ahora si ya estaba listo para sumarme al grupo de menores que alli estaban recluidos.

Me soltaron en un patio donde estaban todos en ese momento de verdad que estaba asustado, no lo niego pero mi miedo disminuyo un poco cuando vi a los culpables de mi mal momento, eran los mismos menores que estaban en el Santeliz y que habían hecho "el campamento guerrillero", ellos también habían sido trasladados cuando yo me encontraba preso en el tejero. Aunque me aliviaba verlos no fui directamente a ellos sino que me senté en un rincón  a tratar de digerir todo lo que estaba sucediendo y a la vez pensando, será que mi familia sabe de mi situación? porque aunque habían sido indiferentes yo todavía pensaba en ellos, cuanto daría por estar al lado de mi padre aunque eso implicara maltratos, cuanto daría por una caricia de mi abuela, por una tarde con los muchachos allá en el barrio niño Jesús, cuanto daría por que mi vida tuviera otra historia. Sumido en mis pensamientos  no note que se me había acercado un menor, cuando subi mi mirada vi que se trataba de  Diablo Rojo el mismo que había estado conmigo en el reten de Tucupita, se sonrió y sentó a mi lado ofreciéndome su amistad la cual acepte con recelo por los acontecimientos ocurridos meses atrás, en nuestra conversación supe que era mestizo, hijo de blanco y indio lamentablemente no había tenido la suerte de contar con buenos padres, una mera coincidencia que lo hacia parecerse a mi, le contaba yo de lo que me había pasado a la vez que señalaba al grupo de menores culpables de mi traslado cuando se nos acerco otro grupo de menores, al parecer estos tenían algún liderazgo entre los demás, destacaba entre ellos uno de gran altura apodado "angoleta" era un negro fornido de contextura fuerte, me miro y solo dijo," prepárate para esta noche  que seras nuestra perra" y dando la vuelta no me dio tiempo ni de reaccionar, Diablo rojo me dijo "ya te puso el ojo, a el le gusta violar a los recién llegados cuando le gustan", la inquietud se apodero de mi estábamos próximos a la hora del almuerzo y diablo rojo me dijo, ven conmigo, le seguí hasta uno de los dormitorios y en su closet camuflajeado entre dos compartimientos tenia tres punzones hechos de cabilla fina, estaban muy bien elaborados y tenían una tira donde se enrollaba en la mano, solo me dijo "toma uno y ya sabes que hacer", lo tome y lo oculte entre mis ropas, salimos y nos volvimos a sentar en aquel patio, sonó una especie de sirena que anunciaba la hora del almuerzo, todos debíamos ir al comedor, hacer una fila y retirar la vianda donde no servían la comida, luego pasar a las mesas, aquí no había protocolos solo se comía y ya, angoleta estaba sentado con sus compañeros en una mesa justo frente de nosotros, me veía, me tiraba besos y yo solo bajaba la mirada, terminada la comida se dejaban las viandas en un espacio para ser recojidas por el personal de la cocina, cuando vi a angoleta dirigirse a aquel espacio me levante haciendo lo mismo y me ubique justo detrás de el, saque el punzón y se lo hundí tres veces al lado derecho de sus costillas, cayo al piso dando gritos, sus compañeros se abalanzaron sobre mi pero yo tenia el arma en mi mano y logre herir a dos mas en distintas partes de su cuerpo, llegaron los custodios con rolos de madera en mano y propinándome una paliza me quitaron el punzón y me llevaron a la oficina del director, a los heridos los llevaron a la enfermería y a angoleta de emergencia al hospital, el director no podía creer lo que había pasado, yo a escasa horas de mi ingreso ya tenia tres heridos uno de ellos de gravedad, me amenazo, me dio bofetadas preguntándome donde habia conseguido el punzo, quien me lo había suministrado, cual era la causa de aquel comportamiento mío, pero mi silencio fue hermético no dije ni una palabra ni para quejarme, me llevaron a los calabozos de castigo y me esposaron de la reja de manera que solo las puntas de mis dedos de los pies tocaba el piso y así estuve el resto del día y toda la noche, al día siguiente llegaron unos custodios y me quitaron las esposas pero me dieron una buena ración de palos mientras me interrogaban de nuevo, pero al igual que el día anterior de mi boca no salió una sola palabra, al tercer día me llevaron de nuevo donde el director y este me dijo que había enviado un informe al juez de mi causa y que se había ordenado mantenerme aislado hasta que el director lo considerara necesario, pero que el sabia el motivo de mi conducta y que también conocía las costumbres de angoleta pero que por falta de pruebas no había podido hacer nada, que no aprobaba mi reacción pero que tampoco la reprobaba, que admiraba mi lealtad por no delatar a quien me había dado aquel punzón, así que mi pena seria solo quince días en los calabozos de castigo, también me informo que angoleta habían logrado estabilizarlo en el hospital aunque su estado era de pronostico reservado, no siguió insistiendo en saber  la procedencia de aquel punzón y fui llevado a cumplir con mi castigo.


      


Comentarios

  1. Este fragmento me dejó con un nudo en el pecho.
    No solo por la crudeza del castigo físico que se relata, sino por todo lo que se esconde detrás del silencio. Hay algo profundamente impactante en esa lealtad callada, en esa decisión de no hablar aunque el cuerpo esté colgando del dolor.
    Pero lo que más me sacudió fue la figura del director.
    Él sabía lo que pasaba con Angoleta.
    Sabía lo que hacía, cómo operaba, lo que representaba dentro de ese sistema. Y, sin embargo, “no había nada que hacer por falta de pruebas”. Qué frase tan dura y tan repetida en muchos contextos. ¿Cuántas veces el abuso queda impune porque el sistema exige pruebas mientras ignora las evidencias vivas en los cuerpos y las miradas?

    El director, aunque no justificó tu reacción, la entendió. E incluso, de algún modo, la respetó. Reconoció tu lealtad, tu silencio, tu código. Pero también te condenó a quince días de castigo, como si esa fuera la única justicia posible en medio de tanta injusticia.

    Este capítulo habla de muchas cosas: del castigo físico como método de control, del valor de no delatar, del miedo institucional a actuar sin pruebas, y sobre todo, de cómo el poder elige cuándo mirar para otro lado.

    Gracias por contarlo con tanta verdad. Es una historia que duele, pero que también hace pensar.

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