Durante nuestro viaje mi padre nunca pregunto sobre mi situación con
carlota. Solo se dedicó a decirme que debía portarme bien con la Sra. que me
iba a presentar, que no contara nada sobre mi madre ni carlota, que mantuviera
la boca cerrada y que no le hiciera pasar pena.
Rumbo al Guárico pude contemplar los morros de san juan…imponentes,
majestuosos, así los veía, también las sabanas y los palmares que se podían
observar desde la carretera al pasar por dos caminos y luego la gran represa de
calabozo... que extensión de agua más hermosa, estaba tan embelesado que por un
momento olvide todo a mi alrededor…llegamos a Calabozo y nos dirigimos a la
carrera 12 donde estaba ubicada la “casa” de Rosa Esperandia, de verdad que no
dejaba de estar impresionado, eso no era una casa, era una casona que abarcaba
toda la manzana entera, de color blanco, el frente era verdaderamente precioso, estaba
construida a la época de colonia, sus paredes eran de antiguos bloques rojos, muy bien acabados y sólidos, recubiertos por una capa de cemento que
la hacía ver pulidos, su altura alcanzaba casi tres metros, su techo de
bahareque, una liga de caña amarga y barro y cubierto con impecables tejas
rojas, un inmenso portón negro de madera pura y tallado a mano, con dos enormes alcayatas que se golpeaban para
anunciar las visitas, grandes ventanales hechas tambien de madera pura y enrejadas con hierro forjado también elaborado a
mano daban un estilo imponente a aquella
casona, mi padre golpeo las alcayatas y enseguida un señor ya entrado en
edad pero vestido de manera impecable con liqui-liqui y alpargata ( traje
tradicional del llano ) y su sombrero
pelo “e” guama… haciendo una reverencia como saludo a mi padre le franqueo la
entrada, pasamos el portón para encontrarnos con un pasillo vacío que terminaba
en otro portón de menor envergadura pero fabricado igualmente en madera negra
tallada sobre el cual había un nicho con la imagen (estatua) de San Miguel Arcángel que recordaba su triunfo sobre el mal, por fin pasamos al interior de
aquella casona, un gran patio principal donde se apreciaban cualquier cantidad
de matas ornamentales sembradas en vistosos porrones perfectamente ordenados
que daban una vista hermosa, en medio de aquel patio una mata de ciruela
exhibía con orgullo sus frutos rojos y apetecibles, estaba tan absorto en tanta
belleza que casi paso desapercibido cuando se acercó Rosa Esperandia, la verdad
no había visto una mujer tan hermosa , llanera de fina estampa, ataviada con un
ajustado vestido que resaltaban sus hermosas curvas y un trasero que sería la
envidia de cualquier mujer, aquella dama emanaba seguridad a cada paso, era
como una diosa que hechizaba con su presencia, abrazo a mi padre para fundirse
en un beso y luego volteo su mirada hacia mi regalándome la sonrisa más hermosa
que había visto hasta ahora, me tomo de la mano y me convido a caminar con ella hacia el
comedor donde ya tenían preparado un agasajo de bienvenida, el comedor era
inmenso con una gran mesa de madera rustica pero pulida, sus sillas hechas de
madera y cuero curtido de ganado, en un rincón un tinajero destilaba el agua
que habían de beber los señores de la casa, encima del comedor un gran cuadro
de la gran cena daba el toque final a lo sagrado de aquel recinto, nos
acomodamos en la mesa y enseguida dos señoras vestidas de batas blancas y pañoletas
sirvieron la comida…pero que comida, pisillo de venado, frijolitos rojos,
arepas, arroz, plátanos fritos, cochino frito, cachapas, todo servido en
grandes bandejas para que todos sirvieran a su gusto, una enorme jarra de
papelón con limón con bastante hielo era la delicia para calmar el calor
sofocante de la zona…en fin un festín que en mi vida hubiera imaginado degustar, luego de la oración de
agradecimiento comimos bajo un ambiente familiar que nunca había experimentado,
terminamos la comida y puede salir al patio principal, a su alrededor se erguían seis grandes habitaciones para hospedar a los
señores y a los visitantes, pero como yo no era un visitante me asignaron el
cuarto más alejado pero igualmente enorme, con una cama que en mis sueños hubiese imaginado tener, un
escaparate con un gran espejo para ordenar “mi ropa” y un chinchorro por si se
me antojaba dormir en el …yo me sentía infinitamente pequeño en aquel
habitación cuyo techo era tan alto como el resto de la casa... tan alto que los
murciélagos hacían sus nidos en él, lo cual me causo un tanto de temor al
principio pero luego me acostumbre a ellos.
Después de conocer mi aposento Rosa Esperandia ordeno que se me enseñara
el resto de la casona mientras ella se encerraba en la habitación con mi padre
“para dormir la siesta”. El señor que nos recibió fue el encargado de esta
tarea, si estaba impresionado con lo que había visto, lo mejor estaba por
venir, caminamos hacia el lavandero, otro patio un poco más grande que el
principal, un jagüey para sacar agua hecho de piedra y con una profundidad de
al menos cuatro metros era el centro de
aquel patio, para la época aun el agua no llegaba por sistema de tuberías y esa
era la forma de obtener aquel precioso líquido y era un privilegio de pocos poder
contar con este sistema para obtener el agua, la cual era sacada con un tobo
hecho de madera amarrado a una cuerda y una mancuerda para levantarlo después
de arrojarlo a lo profundo del pozo, una gran batea hecha a mano de pura piedra
con sus respectivos toletes o rolos de madera) para majear la ropa, muchas
cuerdas muy bien distribuidas para tender la ropa y donde el sol inclemente las
secaba en un santiamén, si aquel patio me pareció grande, verdaderamente quede
asombrado con el patio de los animales, eso sí era inmenso, constituían casi el
cuarenta por ciento de aquella casona, en él había una gran cantidad de animales
oriundos de los llanos aquello más bien parecía un zoológico, venados,
báquiros, una danta, una cochinera con cuatro marranos grandes y una hembra
enorme, un cunaguaro, morrocoyes, galápagos, babas ( especie de caimán) pavos,
patos, gallinas de todas clases, codornices, paujíes, gallinetas y hasta un
cazar de zorros, después supe que mi padre hacía rato que no trabajaba de
camionero y se había dedicado a la
cacería, había convertido aquel patio en
su zoológico personal, con razón tardaba tanto en cada uno de sus “viajes”, en
una de las paredes del patio, perfectamente alineadas estaban más de cincuenta
jaulas con los más variados ejemplares de aves de la zona, pericos, loros,
paraulatas, arrendajos, turpiales, arroceros, cristo fue…etc.
Tres enormes matas de mango ayudaban también en la alimentación de los
animales. Además, había, naranjas, nísperos, ciruelas, aguacates, guanábanas, puma
rosa y castaño.
Rosa Esperandia era o es hasta el momento de escribir esta historia, una
mujer de solidos principios, tanto éticos como morales, lo primero que hizo sin
pérdida de tiempo fue inscribirme en la escuela donde ella era docente de
primer grado, lo segundo fue asignarme labores y tareas en la casona, solo me
dejo pasar una semana para que me adaptara a mi nueva vida, en esa semana me
compro ropa, zapatos, uniformes, cuadernos, en fin todo lo necesario tanto para
ir a la escuela como para mi uso personal.
Cumpliéndose la semana comenzaron mis labores, tenía que levantarme a
las cinco de la mañana, regar todas las matas, ir al patio de los animales,
cambiarle el agua a los bebederos, destapar las jaulas de los pájaros,
limpiarlas cambiar los periódicos viejos que se les ponían todas las mañanas,
ponerles su agua y comida que no era más que pan con leche, recoger diariamente
los huevos del gallinero, tres veces a la semana cambiar el agua de las bateas
donde estaban las babas y los galápagos, igualmente una vez a la semana darle
de comer a los morrocoyes que sobrepasaban los cincuenta, barrer el patio de
los animales y eventualmente me ponía a fregar, lavar mi ropa, coserla y hasta
ayudar en la preparación de la comida, luego de efectuadas mis tareas diarias,
bañarme, vestirme, comer un pan dulce con guarapo e irme a la escuela que
quedaba a escasas tres cuadras de la casa y aunque ella iba para el mismo sitio
debía irme solo y llegar a la hora, esto para crear hábitos de puntualidad, la
escuela era de dos turnos, culminado el primer turno pasaba al comedor de la
escuela donde almorzaba, luego tenía que ir de nuevo a la casa cambiarme y
volver al comedor donde me llevaba los
desperdicios de comida para los cochinos y la danta, me volvía a bañar y de
nuevo a clases. Al salir por fin en la tarde y llegar a la casa, cambiarme de
nuevo e ir al rio que quedaba muy cerca también de la casa y la escuela, allí
cortaba el pasto para los venados y demás animales, al cunaguaro y las gallinas
los alimentaba el sr que nos recibió, ya
al llegar del rio repasar lo estudiado y hacer las tareas escolares, los sábados
era de lectura, eso era una parte
difícil, porque aprendía a través de poemarios y libros como muy avanzados para
mí, además que debía memorizar las poesías, los domingos debía acudir a la
iglesia donde solía hacer de monaguillo ( con mi batola y todo) luego si, el resto del domingo podía jugar
con los demás niños de las casas cercanas, o irme en la bicicleta de mi amigo Hidalgo
quien tocaba el cuatro a cantarle serenatas a las muchachas que nos gustaban y
aunque éramos unos niños también éramos muy enamorados, muchas veces la mayoría
las madres nos corrían y ponían las quejas en nuestras casas, pero por esta
razón jamás fuimos castigados sino por el contrario aquellas quejas causaban
hilaridad sobre todo en los hombres de la familia pareciera que era demasiado
para un niño pero yo era feliz con todos mis quehaceres, en las vacaciones
escolares íbamos al hato de mi abuelo Celestino, padre de Rosa Esperandia, allí
era otro ambiente, ordeñábamos las vacas en la madrugada mi abuelo nos daba
sangre de toro a mí y a sus hijos pequeños, la sangre se obtenía con un pequeño
corte en la yugular de un maute o toro joven, el corte lo realizaba mi abuelo
con una navaja y luego curaba la herida con una mezcla de barro y orines.
Ese hato quedaba un poco
alejado del poblado (unas dos horas de camino) por la sabana y llegábamos en la camioneta de mi padre hasta el rio, pasábamos en bongo (una especie de
bote redondo, hecho de algún árbol grueso) y luego a caballo por veinte minutos
para llegar al rancho, un gran molino de viento movía la bomba de un pozo y tenía
un inmenso tanque hecho de metal armado el cual usábamos como piscina varias
veces al día y donde solían beber agua el ganado y animales salvajes, el rancho
era por demás inmenso, mi abuelo había perdido la cuenta de cuanto ganado
tenia, reses alzadas en el monte y las de la vaquería eran incontables, había
también cualquier cantidad de cochinos o marranos, gallinas por docenas y les
estoy hablando de animales domésticos, porque de cacería había cualquier especie que se pudiera conseguir en
el llano, de allí mi padre había hecho su pequeño zoológico, los sembradíos de
patilla o patillales como les llamábamos, eran enormes, tanto así que podíamos
comer las que quisiéramos arrancándolas de las plantas, igual las plantaciones de
maíz y caraotas, quinchonchos, matas de mango, de anón, de mamon, de lechosas,
melones, en fin había de todo en grandes cantidades.
En este hato aprendí a cazar y disparar, mi padre a pesar de su mal
carácter siempre o casi siempre me llevaba de cacería o de pesca y debo aceptar
que con el viví aventuras que jamás en mi vida podre olvidar, cazando tigres,
culebras de agua, que los dueños de hatos pagaban por matar porque les comían
el ganado y mi padre era el más solicitado para estos menesteres debido a su
gran puntería y su gran habilidad para la caza, él era muy diestro sin ánimo de
exagerar, al punto de que para cazar los tigres utilizaba una carapacho de
morrocoy que no es otra cosa que la caparazón del morrocoy la cual queda entera
luego de los incendios de verano en la sabana, con eso mi padre se plantaba en
el medio del monte donde había detectado las huellas del tigre y lo “coroteaba”
o sea roncaba como un tigre y el animal en cuestión buscaba el sonido pensando
que otro ejemplar estaba invadiendo su terreno o zona de caza, cuando el animal
emergía del monte mi padre ya lo estaba esperando y con un certero disparo
entre el medio de la cabeza lo dejaba fuera de circulación, también recuerdo
una vez que mato una culebra de agua de casi ocho metros de largo, el dueño del
hato “ los becerros “ había contactado a mi padre para acabar con aquella
bestia que le estaba comiendo el ganado, le dijo a mi padre yo le voy a dar dos
vacas, un marrano y tres quesos para que Ud me mate esa culebra, mi padre
acepto el trato y luego de pasar la noche en aquel fundo donde degustamos carne
asada con arepas y suero , nos levantamos a la mañana siguiente para desayunar
con pisillos de venado frijoles, suero, leche fresca y café cerrero, a punto
del mediodía cuando el sol estaba en lo alto salimos a caballo hacia una gran
laguna donde según estaba aquel animal, yo iba al lado de mi padre y la cuadrilla
estaba conformada por al menos diez hombres del
entre los trabajadores del hato y dos amigos de mi padre que nos
acompañaban, llegamos a la laguna y todos pendientes de los árboles y manglares
pues esa es la hora en que las culebras salen a tomar sol para calentar su
cuerpo, de repente mi padre frena el caballo y se queda mirando unos ramales de
la orilla y yo por más que veía no lograba ver nada, saco el rifle, subió la
mira al máximo y apunto hacia aquel ramaje …y disparo, le había dado a la
culebra en toda la cabeza, aquel animal serpenteaba y partía las ramas en su
agonía, duro casi tres horas para morir, era tanto el peso de aquel animal que
ni con los caballos pudimos jalarla, le quitaron el cuero en el mismo sitio y
se lo llevamos al viejo el cual brincaba de alegría y resaltaba lo bravo que
era mi padre para la cazeria y cumplió con su palabra mando a matar las dos
vacas y el marrano, mando a traer los tres quesos y aparte le dio a mi padre
dos mil bolívares en billetes de a quinientos que en esa época era un dineral, nos acompañó hasta pasar la alcabala de la
guardia para asegurarse de que no nos quitaran nada pues era un viejo conocido
en la zona y los guardias se beneficiaban de su bondad … en cambio mi primera
cacería fue totalmente un desastre, mi padre me animo a ir al molino a velar algún
animal ya que hay llegaban los venados, los báquiros y otros animales a beber
agua, "vaya mijo a buscar el salado, ya usted sabe disparar pues", pero en su
cara se veía una risa burlona yo queriendo dar a entender a todos que si era
capaz de hacerlo, animado tome la escopeta y me fui al molino yo solo, me monte
en un árbol de merey y espere pacientemente, de repente un gran marrano hizo
presencia, lo apunte bien y le dispare, el tiro le dio en el cuello, baje
rápidamente y lo remate con un tiro en la cabeza, en el rancho al escuchar las
dos detonaciones fueron al molino, mi abuelo venía con una gran sonrisa en la
cara la cual se le borro cuando vio la presa….¡¡¡era su marrano favorito!!!, el
padrote fundador de la cochinera, el cual utilizaba de preferencia para preñar
a las paridoras, tuve que correr y encararme en el árbol de nuevo porque mi
abuelo alcanzo a darme dos fuetazos con un mandador, paso toda esa semana bravo
conmigo y más cuando mi padre le recordaba en forma de burla aquel episodio,
luego se le paso y todo volvió a la normalidad, cuando mate un zorro que le
estaba comiendo las gallinas, allí me revindique con mi abuelo de aquel error.
Mi abuelo celestino era el hombre
más humilde que jamás haya conocido a
pesar de tener posesiones que eran valiosas y tener mucho dinero y morocotas,
siempre andaba en su jepp Willis viejito y vestía siempre de pantalón caqui,
franela y alpargata, el que lo veía y no lo conocía jamás llegaría a pensar que
era una de los hombres más acaudalados de Calabozo, él tenía dos mujeres en el
hato, ellas eran dos hermanas a las que él
había cambiado a sus padres por algunas
vacas paridas, con las dos tenías hijos varones y hembras, aparte tenía un poco
de hijos regados por todo calabozo, Rosa Esperandia era privilegiada por ser
hija del “matrimonio” y no de las amantes, la mama de ella había muerto cuando
ella era solo una niña.
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