Santeliz.
Así se llamaba aquella institución que más que reten era
un albergue para menores con problemas de conducta, era mucho más grande que el
retén de Tucupita, pero el trato era tan o más flexible.
Lo primero que hicieron fue cortarme el pelo a ras, luego
me dieron un par de uniformes y me llevaron ante el director quien me leyó las
normas de la institución, luego como era la hora de la comida pase al comedor,
la verdad que era muy diferente todo, la disciplina se sentía en el ambiente, pero sin maltratos, luego de comer pasamos a un patio donde reposábamos y se podían hacer algunas
actividades o juegos, luego venia la merienda que consistía en una vaso de kulei (bebida refrescante muy popular en la época) un rato de esparcimiento viendo películas o leyendo algún libro en la biblioteca ( yo siempre optaba por la segunda opción) después de nuevo al comedor para la cena, ya al caer la noche nos llevaron a los dormitorios, todo era
impecable, camas literas muy bien alineadas y vestidas reflejaban el orden y
pulcritud, daban dos horas extras para proceder a apagar las luces. Al salir los maestros del dormitorio enseguida fui abordado por un
grupo de menores que querían saber de dónde venía, que delito había cometido,
en fin, querían saber todo de mí, solo les dije que mi madre me había internado
y no di más detalle pues no confiaba en absolutamente nadie, pero eso si todos se comportaron de manera respetuosa algo que me extraño de veras. El Santeliz era
una institución con sus normas, pero sin rejas, allí se podían hacer cursos de
barbería, ebanistería, carpintería, música, mecánica y albañilería, todos
contaban con talleres muy bien equipados con las maquinarias e instrumentos
necesarios para el aprendizaje, se dictaban en horas de la mañana y podían escogerse dos con una duración de dos horas cada curso, yo me inscribí en música y carpintería, había también dos grandes cochineras con cochinos americanos, una gran cancha de béisbol y
futbol, una cancha de básquet y muchos arboles frutales, detrás del Santeliz estaba el "bajo del indio", un
morichal inmenso que traía a mi memoria mi estadía con los hermanos wuaraos. La
rutina era siempre la misma, desayuno, clases, almuerzo, reposo, merienda, entretenimiento, ver películas o leer y luego al dormitorio, había un
tiempo entre el reposo y la merienda que nos permitía hacer cualquier cosa o
actividad que deseáramos, yo descubrí que podía utilizar parte de ese tiempo
para limpiar parabrisas en una estación de servicio o gasolinera cercana a la institución,
porque como dije el Santeliz no contaba con rejas, el comportamiento allí era
individual y cada quien asumía la responsabilidad de sus acciones, así que permanecer
allí o escaparse era relativamente muy fácil, y yo no tenia intención de escaparme (por el momento) así aprovechaba aquel
tiempo en limpiar parabrisas en aquella estación de servicio, eso me permitía
unos ingresos que luego invertía en cigarrillos y los revendía entre los demás menores, como
era de muy poco hablar nunca le conté a nadie sobre mis escapes, solo vendía
mis cigarrillos y la mayoría respetaba mi silencio. Habían pasado tres meses
desde mi llegada y todo fluía de manera normal, iba bien en mis cursos aprendí a trabajar la madera y a tocar cuatro y trompeta, tenía
buena comida y tenía aquellos ingresos que me permitían ahorrar algo y darme
algunos gustos. En dos ocasiones había bajado al bajo de indio, pero solo para
recordar y meditar, estaba dispuesto a permanecer en aquella institución y
pagar mi deuda con la sociedad, pero el destino me tenía deparado otro camino.
Una nueva experiencia.
Era un día muy diferente, me había levantado de muy buen
ánimo, luego de asearme y vestir mi cama, organice mi Locke de forma muy
cuidadosa, luego salí al patio y respire ese aire puro de la mañana,
seguidamente pasamos al comedor donde el desayuno con arepas, huevos revueltos
y un vaso de avena se me hicieron exquisitos, no sabía por qué pero aquella
mañana me sentía diferente, luego pasamos a las clases de ebanistería donde
resalte al tornear los copetes de una cama matrimonial, incluso recibí halagos
por parte de mi profesor, luego a las clases de música donde ese día aprendí a
tocar la canción , la “vaca Mariposa” de Simón Díaz y también curiosamente recibí las felicitaciones de mi maestro.
Luego de nuevo al comedor para la hora del almuerzo y de allí al descanso, pero
ese día no me sentí de ánimo para ir a a limpiar parabrisas, sino que me quedé
en las gradas de la cancha de futbol descansando y meditando en lo que debía de
hacer los siguientes días e incluso me atreví a soñar con un futuro prometedor y
así entre esas meditaciones quede profundamente dormido, hasta que una bulla me
despertó, puede ver a muchos militares que venían del bajo del rio y traían
retenidos a algunos menores del albergue, mi gran error fue no quedarme en las
gradas sino que salí a ver de cerca que estaba sucediendo y fue allí donde uno
de los soldados me agarro por el brazo y de un empujon me metió entre el grupo
que llevaban retenidos, pero juro que no tenía nada que ver con aquello que
estaba pasando es más ni siquiera sabía el
motivo ni la razón de aquel alboroto, pero no me creyeron, me señalaron como
uno de ellos gracias a aquel soldado que
me había empujado a la fila de culpables, bueno lo que vino después fue
desastroso para mí, resulta que aquellos menores habían robado una bandera de
Venezuela de la oficina del director, habían hecho un estilo de campamento en
el bajo del indio y habían colocado esa bandera en forma de estandarte, un
helicóptero del ejército que paso por aquella zona, vio la bandera y pensaron que se trataba de un campamento guerrillero y de allí todo el despliegue
militar, como el Santeliz no tenía calabozos de castigo, utilizaron varios
depósitos para retenernos, a mí me pusieron con dos menores más en un deposito
donde estaban los uniformes, mi mente era un solo caos, no me habían dado
tiempo siquiera de defenderme, era culpable según el criterio mayoritario y
ahora debía asumir las consecuencias de una acción a la que era totalmente
ajeno. Uno de los menores trato de iniciar una conversación conmigo y casi lo
mato a golpes, el otro ni se atrevió a hablarme, al siguiente día, un poco más
calmado me puse a analizar mi situación y en las acciones que debía de tomar,
pues todos íbamos a ser trasladados al retén de San Juan de los Morros. Este
retén tenía mucha fama negativa entre los menores pues se decía que era uno de
los peores y que el trato era cruel desde el primer momento de la llegada, allí
estaban retenidos los peores delincuentes juveniles y se le consideraba como uno
de los más peligrosos de Venezuela, así que empecé a planear la manera de
fugarme de aquel deposito, tenía una ventana que daba al patio trasero del
internado y su estructura era endeble, inspeccione bien aquella ventana, debía
buscar algo conque socavar sus bases, comencé a buscar entre las cosas del
depósito y conseguí un destornillador, nunca les comente nada a mis compañeros
ellos solo me observaban en silencio sin atreverse a preguntar o a emitir una
sola palabra, descanse durante todo el día, nos trajeron la comida y agua y
seguí en mi descanso. Al caer la noche comencé mi tarea de socavar con el destornillador las bases de
aquella ventana, luego de unas tres horas de trabajo ininterrumpido logre
socavar tres de las bases y haciendo palanca con mis pies logre despegar
aquella ventana por una de sus esquinas y allí fue donde necesite de la ayuda
de los otros dos menores, me hubiese gustado no haberlo hecho pero solo no
podía hacerlo pues el tiempo era lo más apremiante para poner tierra de por
medio entre aquel albergue y yo, seguí haciendo palanca con mis piernas y pedí
que fuesen poniendo lotes de uniformes como una especie de soporte a un costado
de la ventana para permitir que la abertura se mantuviera abierta y permitiera
el paso de nuestros cuerpos y así fue, ya con la suficiente abertura logramos
salir los tres de aquel depósito y ganar la calle, escondiéndonos en las
sombras alcanzamos la carretera principal y comenzamos a caminar, lo hicimos
durante el resto de la noche escondiéndonos en el monte al ver la luz de algún auto, al amanecer ya
estábamos bien lejos de la ciudad de Maturín, pero muy cansados, descansamos
durante casi tres horas acostados en el monte y luego seguimos nuestro andar,
la sed y el hambre hacían mella en los otros dos menores, yo estaba
acostumbrado y me mantenía con energía, vimos pasar varios camiones cargados de
caña de azúcar de donde se desprendieron varias de ellas y con eso logramos
mitigar un poco nuestra situación, ya caía la noche cuando llegamos al pueblo
del tejero, claro está que a plena luz no
habíamos logrado avanzar mucho pues teníamos que escondernos a cada rato, pero
si era un buen trecho, ahora se preguntaran que destino teníamos, cual era
nuestro plan?, pues la verdad que no existía ni plan ni destino, solo la
necesidad de alejarnos de donde sabíamos que íbamos a ser trasladados a un
lugar que solo sus historias daban miedo, bueno llegamos al tejero y la
oscuridad nos permitía desplazarnos con un poco de más soltura pero no debíamos
abusar así que teníamos que buscar un lugar para pernotar, había un carro viejo
abandonado cerca de unas casas y parecía o era el lugar perfecto para
descansar, nos dirigimos hacia él y entramos en su interior, después de un rato
nos quedamos dormidos, pero un vecino de esos chismosos que están pendiente
siempre de la vida ajena nos había visto y había dado aviso a la policía y allí
estaban ellos, despertándonos y llevándonos al comando, si hubiese estado yo
solo de seguro que habría inventado cualquier historia y moriría en ello, pero
los menores detallaron todo lo de nuestra fuga y por supuesto me señalaron a mi
como el líder de la misma, fuimos encarcelados por quince días en calabozos diferentes, yo era alimentado
solo con que sobraba de las comida de algunos de los policías y un poco
de agua al día, mientras que a los otros dos menores le daban una comida
decente pagada por el albergue, eso porque se me había señalado como el líder de esa fuga, a los quince días llego la PTJ ya con la orden de traslado firmada por el Juez que llevaba mi caso y me esposó de
pies y manos y me trasladaron solo a mí a San juan de los Morros.
Este capítulo me dejó muchas reflexiones.
ResponderEliminarMe impactó ver cómo, en medio de una rutina del reten, supiste encontrar una salida para sentirte útil, como cuando decidías ir a limpiar parabrisas sin que nadie se enterara. Eso muestra no solo iniciativa, sino también una determinación admirable por salir adelante a tu manera.
Lo que ocurrió después me indignó profundamente. Es increíble cómo una simple curiosidad por ver qué pasaba terminó convirtiéndose en una injusticia.
Que te incluyeran en un grupo acusado de montar un campamento “guerrillero” por colocar una bandera me parece una total exageración .
El despliegue militar, el traslado al retén de San Juan… todo eso por algo que ni siquiera hiciste. Se siente la impotencia, pero también se siente esa fuerza que siempre te empuja a buscar una salida, a no quedarte quieto frente al problema, como cuando planeaste la fuga.
Me queda claro que, pase lo que pase, siempre estás enfocado en resolver, en no dejar que las circunstancias te definan. Tu historia conmueve, pero también inspira.
Gracias por compartirla con tanta verdad.🤗