“Isla de Margarita”
Llegue al ferry con
doscientos bolívares que me habían sobrado de los trecientos que saque del
bolsito, igual le dije a mamá Segunda que guardara ese bolsito y por ninguna
razón se lo dejara ver o abrir y mire que esa vieja era fiel, llevaba la ropa
nueva en un bolso, compre un boleto de la clase baja ( había clase baja y clase
alta) y así después de seis horas de espera me embarque hacia la “isla”, viajar
a margarita en la clase baja era todo una fiesta, cantadores con cuatro y
maracas, jugadores de agiley, truco y domino, mucho ron y mujeres a tres por
locha, yo como iba bien vestido era el centro de miradas de algunas muchachas
quienes con su sonrisas me invitaban a conocer lo más íntimo de ellas, más sin
embargo me mantenía alejado y opte por salí un rato a tomar el aire del mar que
era muy gratificante, sumido en mis pensamientos me recosté de una baranda
pequeña y pude ver una tubería que si se escalaba me conduciría a la clase
alta, movido más por la curiosidad que por cualquier otra cosa me aventure a
hacerlo, en un momento me encontraba en la parte más lujosa de aquella
embarcación, pura gente de bien parecían momias sentadas en sus asientos no
había allí ningún signo de alegría como en la clase baja, ya iba a bajar de
nuevo cuando vi a dos señoras bien dormidas y a su lado las carteras casi
abiertas, disimuladamente me acosté al lado de ellas y haciéndome el dormido
metí la mano en sus carteras y extraje dos buenos fajos de billetes de a cien,
hay si me apresure a bajar a donde pertenecía, me recosté en uno de los
asientos hasta que escuche el pito del barco que anunciaba la llegada a la
isla, lo demás fue pan comido, baje siendo uno de los primeros en hacerlo, tome
un taxi que me llevo directo a conejero y así llegue a la pensión del viejo
Rotundo Delgado hermano de la vieja chala, Don Rotundo era un hombre mayor,
obeso igual a su hermana y tenía una llaga incurable en uno de sus tobillos
producto de la diabetes, pero era un viejo muy suspicaz, le gustaba aprovechar
cualquier ocasión que le genera dinero y de eso me daría cuenta más tarde, su
pensión estaba dividida en seis dormitorios cada uno con seis camas literas que
el alquilaba de forma individual, le pregunte si no tenía una habitación que
pudiera alquilarme a mí solo pues no me gustaba la compañía, aquello le produjo
un ataque de risa que termino en una tos que casi lo ahoga, me dijo, “mira
carajito eso es lo que hay, si te gusta lo tomas o si no te vas para otro
lado”, me le quede mirando y le pregunte cuanto cobraba por cama, veinte bolos
semanales, me respondió, así que le dije le voy a pagar las camas a cincuenta
semanal con dos meses de adelanto y me desocupa una de la habitaciones para mí
solo, al viejo se le pusieron los ojos como par de huevos fritos cuando saque uno de los fajos que le había
quitado a las señoras en el ferry y en menos de dos horas ya estaba yo disfrutando de mi soledad en una de
las habitaciones, como hizo? La verdad nunca lo supe ni le pregunte, salí
compre algo de comida y me encerré hasta el otro día cuando me levante muy
temprano para ir a conocer un poco más de la isla, tome un carro para Porlamar
con la intención de comprar un televisor y algunas cosas personales pero me
encontré con el paraíso para los ladrones, no había una forma más fácil de
robar que en aquel mercado, no habían pasado ni una hora y ya tenía un saco
lleno de mercancía, me devolví a conejero y ahí fue que descubrí la avaricia de
Don rotundo, me compro el saco sin rechistar y sin preguntar nada y me dijo lo
que consigas te lo compro carajito eso para mí fue música celestial para mis
oídos.
De ahí en adelante vivía
una vida de rico en margarita, eso sí “trabajaba muy e mañana cuando aún todo
estaba oscuro, las posadas en Porlamar eran casas antiguas que me hacían
recordar a las de calabozo, allí los viajeros descansaban de sus viajes y yo
por los ventanales que dejaban abiertos a causa del calor extraía sus pertenencias
(carteras, bolsos, pantalones, etc.) de
manera magistral con un palo de escoba a las que adhería un gancho de ropa, ya
a las seis de la mañana tenía mi botín en las manos, en esas andanzas conocí a
quien se convertiría en mi compañero de fechoría, era un joven de mi edad,
oriundo de Pto Ordaz, flaco cabizbajo, pero era un buen escapista su nombre era
Ramón, lo lleve a la pensión y salíamos todos los días a “trabajar”,
alternábamos entre robar a los turistas en las posadas y robar en las tiendas y
el mercado mientras yo entretenía a las personas en las tiendas, el sacaba toda
la mercancía posible, pero eso si trabajábamos de “etiqueta”, bien vestidos,
con bolsos grandes que nos hacían ver como turistas, el viejo Rotundo estaba haciendo los riales pues
compraba y vendía todo cuanto conseguíamos, nos dábamos vida de ricos en las
playas, conocimos casi todas las partes hermosas de aquella isla y así llego mi
cumpleaños número dieciocho, lo celebramos con buen wiski, buena droga y dos
muchachas que conocimos en unas de las playas y que se convertirían en nuestras
cómplices en el “trabajo”, Ana Mercedes y Sol, dos bombones Mercedes era mi mujer
y sol la de Ramón, la verdad es que no me podía quejar de Margarita había
disfrutado al máximo mi estadía allí,
disfrutamos de la celebración de la virgen del valle, un evento
majestuoso, donde pude contemplar la belleza de la reina del oriente y así transcurría
nuestra vida la verdad es que lo disfrutaba,
una noche salimos a tomar hacia los Lados de Punta de Piedra, a eso de
las tres de la madrugada ya estábamos bien ebrios y a mí me dio ganas de orinar
( siempre he sido un poco tímido para esas cosas) así que me dirigí a un rincón
en unos locales comerciales muy cerca de la aduana, un poco apartado de la
vista de los demás que reían ante mi timidez, pero cuando estaba orinando, mire
hacia arriba y vi un hueco, termine de orinar y le dila vuelta a ver a donde se
comunicaba y vi que era a una tienda de ropa, habían unas personas durmiendo en
hamacas a las afueras de la tienda, eran camioneros que descansaban y esperaban
el ferry para retornar a tierra firme, me devolví y le dije a Ramón que me
ayudara a subir y me metí por el hueco, efectivamente daba al techo la tienda,
rodé dos techos rasos, salte a un escritorio y ya estaba adentro, le pase unos
bolsos a mis compañeros, saque la mayor cantidad de ropa que pude, eso sí
escogiendo entre las mejores , ya cuando me disponía a salir vi una de las
gavetas del escritorio semi abierta y la termine de abrir….!!!Sorpresa¡¡¡ había
una bolsa de esas que usan los bancos llena de fajos de billetes de a cien
bolívares ( el de más alta denominación de la época) no registre mucho, me puse
un poco nervioso y saliendo por el hueco tumbe parte del techo raso que cayo
con gran estruendo, termine de salir y logramos cruzar la esquina antes que las
personas se levantaran a ver la causa del ruido, tomamos un taxi y llegamos a la
pensión, ellos habían visto la bolsa pero en si ninguno tenía noción de cuánto
dinero había, el taxista creía que éramos turistas que habían llegado en el
ferry y con esa impresión se fue después de pagarle, ya en la pensión revisamos
la mercancía y se la vendimos a Don Rotundo quien nos dio seiscientos bolívares
por todo, pasamos al dormitorio y allí si revisamos el contenido de la bolsa,
un millón cuatrocientos mil bolívares en billetes de a cien, mil doscientos
dólares en billetes de varias denominaciones, éramos ricos, dividimos en partes
iguales y acordamos regresarnos a Puerto la Cruz al día siguiente, yo tenía mis
ahorros que alcanzaban diez mil bolívares y cada quien recogió sus cosas, llame
a don Rotundo y le hice saber que dejaríamos la pensión al día siguiente, nunca
he sido una persona de estar cargando mucho peso en los viajes, pues creo que
es un estorbo a la hora de algún inconveniente, así parte de mi ropa, la metí
en una bolsa y solo empaque un bolso con
lo necesario y el dinero.
Al otro día a eso de las
nueve de la mañana salimos rumbo al ferry, pasamos justo por el frente de la
tienda y estaba la PTJ y otras patrullas revisando el lugar, hasta nos paramos
a ver y mire que Dios es grande ninguno nos habíamos fijado que en los billetes
que sustrajimos habían unos con el sello de la tienda o sea que si nos agarran
nonos hubiese salvado nadie, de eso me di
cuenta ya en Puerto la Cruz y le avise a mis compañeros para que se
desasieran de ellos quemándolos, acordamos vernos en tres días en el paseo
colon y así cada quien tomamos rumbos diferentes.




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